
En Saltillo los fines de semana no son de “Vinos y Dinos”; en Saltillo los fines de semana la gente sale a matar o morir.
Ni la Fiscalía del Estado ni la Comisaría Municipal pueden contener y mucho menos remediar algo que, en los hechos, es una pulsión superior; una pulsión de muerte.
De entrada, resulta un error técnico plantear que instituciones de investigación ministerial, y preventivas de reacción, como las arriba mencionadas, sean quienes tienen responsabilidad exclusiva en el asunto, no sólo jurisdicción en él; al hacerlo así, se aísla deliberadamente de la ecuación al sistema educativo y principalmente a la menoscabada y desintegrada familia como base de la sociedad civilizada, entregando el problema por completo a un ente ficticio que se hace llamar Estado, en su rama policial.
En la capital de Coahuila los grupos de seguridad al alcance de un clic de WhatsApp sustituyen al policía cubano que perimetra cada banqueta (es un decir, pues en gran parte del territorio sólo hay cordón cuneta) de cada cuadra, de cada manzana, como informante del régimen comunista.
Acá lo hacen los ciudadanos, voluntaria y gratuitamente, bajo una presunta percepción de seguridad que se funda en el “halconeo” colectivo.
Y tampoco es suficiente para erradicar las conductas antisociales ni la violencia.
Apenas iba de salida en la opinión pública la riña ocurrida en la colonia Omega, donde un joven acabó en estado de coma luego de recibir una puñalada en la sien, cuando entró el tema de otra riña, esta vez en la colonia Bellavista, que terminó con un joven más asesinado como consecuencia de un delito perpetrado en mesa.
No se trata de casos excepcionales. Más bien se han vuelto el denominador común de un tiempo a la fecha los fines de semana. Especialmente durante todo 2025.
¿Es el alcohol la causa? ¿Son las adicciones a narcóticos baratos y de fácil acceso? ¿Es la migración y recomposición del tejido social en el municipio? ¿La influencia cada vez menor de frenos morales como la religión? ¿La creciente ansiedad y reducción de habilidades que produce el uso continuado de las redes sociales? ¿Las extenuantes y cambiantes jornadas de trabajo en la industria de la Región Sureste? ¿Los escasos distractores que ofrece la ciudad como opciones de recreación y esparcimiento?
La suma de todos los factores mencionados configura una olla de presión que continuadamente se libera y todavía no ha explotado del todo, pero nunca pierde intensidad.
Tengo una hipótesis adicional: en Saltillo a sus habitantes no se les identifica correctamente y, por el contrario, se les invisibiliza por una razón: no es el ideal de sociedad que algunos, parte de esa misma comunidad, esperan para sí como representación de la generalidad.
Hablo concretamente de su identidad pandilleril. A fin de contrarrestarla, son exaltadas otras formas que acaparen el discurso y dominen la narrativa para —supuestamente— elevar el nivel. Sin embargo no sucede y ello complica se les pueda gobernar.
Un Alcalde de la capital, devenido a Gobernador de Coahuila inmediatamente después, ha sido el único y el último que usufructuó esa estética, trivializándola, caricaturizándola, en un acto de populismo y demagogia. Al hacerlo, no obstante, por un tiempo puso en el centro de los reflectores a un sector continuamente apartado y olvidado pero siempre presente.
Cortita y al pie
Existe una importante correlación entre actitudes incívicas y el entorno agreste donde se manifiestan. No es casualidad que la mayor tasa de incidencia delictiva en la ciudad (violencia familiar, robos, vandalismo y daños a la propiedad) ocurra en las colonias Teresitas (punto sur de la ciudad), Saltillo 2000 (orilla poniente) o Loma Linda (el oriente más lejano). No es coincidencia, por tanto, que sea la periferia (allá donde sus habitantes perciben que nadie les ve y sienten poca cohesión social) el territorio que abandona con más frecuencia las reglas de convivencia.
Otros factores, como la densidad poblacional, generan que se mencione a menudo (y estigmatice, de paso) a Ciudad Mirasierra (derivados y anexos) o la Bellavista como principales núcleos conflictivos (si la estadística se desglosara per cápita no encabezarían la lista, ya que cada una por separado tiene más pobladores que varios municipios de Coahuila juntos).
Y si bien cada nueva reyerta conmociona, indigna, acongoja, también exhibe un dejo de incongruencia.
Motivo de orgullo son aquellas canciones que la cultura popular local reconoce como sus dos mayores contribuciones al cancionero mexicano: Agustín Jaime, y Rosita Alvírez.
Es decir, un homicidio y un feminicidio, ambos a sangre fría, que trascendieron allende las fronteras de Saltillo.
Otros pasajes destacados en los libros de texto, como La batalla de La Angostura, o la contribución de los locales Gutiérrez y los regionales Coss a eso que la historia oficial llama la Revolución Mexicana, recalan en lo mismo: muertes a mansalva.
La última y nos vamos
Mientras el fenómeno no escale (en la escalera social) a sectores de mayor plusvalía, sino sea confinado al resto de la territorialidad, cada fin de semana, por lo menos de 2025 en Saltillo, una turba puede asaltar premeditadamente (sin cabida para lo espontáneo o inconsciente como justificación) un domicilio particular, provocar daños a terceros en su acometida, y quitar vidas humanas.
Lo más irresponsable y facilón sería reducir los casos a una “riña entre pandillas”, o peor aún, “entre particulares”, como si se tratase de una competencia entre incivilizados, ajena al estado de derecho, la cual ni nos incumbe ni nos involucra, ni siquiera como observadores.
No es difícil correlacionar que la generación con menos contacto humano sea la más explosiva en el trato con sus semejantes. Especialmente los menores de edad, cada vez más retraídos y agresivos a la vez.
No estamos identificando los síntomas de colapso sicológico masivo, o, por lo menos, un cambio sicológico general. Ojo.