
Coahuila no es prioritario para Morena. Nunca lo ha sido. Y aunque lo fuese en algún momento, históricamente (es decir, de 2011 a la fecha) ha demostrado no tener con qué ni con quién.
Un último episodio se acaba se configurar la semana pasada. A la misma hora el mismo día, husos horarios de por medio, Luisa Alcalde y “Andy”, los nepobabys de la nomenclatura guinda, estuvieron en Torreón, y Tokio, respectivamente.
Ella es la figura ungida como imagen al frente del partido (la modelo del microbús que canta el jingle de Morena en su video inaugural que llegó a ser secretaria de Gobernación por un asunto de falsa meritocracia. Ajá). Él, el príncipe heredero que negocia en las sombras.
Ella, junto a la secretaria general, presidió un evento partidista en La Perla de La Laguna el viernes, mientras él, junto al exjefe de ayudantía de su papá, desfilaba con su plato en las manos, gorra y gafas oscuras, a servirse desayuno en el buffet del hotel donde se hospeda, en la Tierra del Sol Naciente.
Horas más adelante, mientras ella simulaba recorrer algunos domicilios en un sector popular, secundada por el organigrama del Comité Directivo Estatal de Morena en Coahuila, con la finalidad de afiliar y credencializar ciudadanos (actividad que, en estricto sentido, le corresponde a la secretaría de Organización cuyo titular es “Andy”), él salía de la tienda Prada, ubicada en uno de los distritos de mayor ingreso económico en Oriente, siendo auxiliado por un par de personas para cargarle las bolsas de la compra.
Ese paralelismo entre las prioridades de ambos revela el interés real que hay por Coahuila, el único estado del país que celebra elecciones en 2026.
Y por otro lado la peligrosa soberbia. “Andy” no necesita verborrea para hablar en público, ni recorrer el país en plazas públicas, mucho menos saludar, abrazar o besar multitudes, ni mostrarse afable o dar entrevistas a los medios, ni tejer alianzas con grupos de poder. Es todo lo contrario al demagogo de su padre que abrió en 2018 la puerta de acceso al poder en su tercer intento.
“Andy” tiene internalizado un sistema de valores acerca de su relación con el entorno: los demás están para servirle. No tiene por qué rendir cuentas ni dar explicaciones a nadie, y mucho menos ofrecer un plan de Gobierno para convencer. Tampoco mostrar una ideología definida o engarzar algunas palabras con coherencia, ya no se diga mostrarse articulado. Ni siquiera tiene redes sociales oficiales como canales de comunicación, herramienta fundamental en los días que se viven.
En estricto sentido, “Andy” ha sido el único que no se disculpó públicamente con Sheinbaum por desairarla en un evento desarrollado en marzo en el Zócalo de la Ciudad de México, cuando esta bajó del estrado y él y otros políticos en primera fila del evento le dieron la espalda, ninguneando su presencia. Inclusive, en el momento que sucedió la escena, fue el único que ni se inmutó cuando el resto, luego de caer en cuenta de su distracción y falta de respeto, la persiguieron para ofrecerle una dispensa.
Tampoco se uniforma con chaleco guinda cuando todos a su alrededor lo hacen. Él, por el contrario, aparece con ropa cara, sin reivindicar el pobrismo que usufructúa su padre y del que lucran él y sus hermanos.
Se llama Andrés Manuel López y considera que ese, su activo único, es suficiente para tomar el poder en 2030 si entonces le apetece. Tiene a su favor el voto de los sindicatos, y la credencialización en marcha del partido que ha emprendido él como vía paralela. En sus cálculos, con eso es suficiente para ganar la Presidencia de la República. Podría no hacer nada de aquí a 2030 mientras tanto. No necesita figurar.
Es, guardando toda proporción, el Carlos Vela de la política. De ambos, se dice, tienen facultades, pero ellos prefieren no explotarlas y tomar el camino fácil en solitario. Aislarse. No ser convocados. Aplicar la ley del mínimo esfuerzo.
A “Andy” no le gusta la política –basta descubrirlo en el libro, AMLO: Vida Privada de un Hombre Público (2012) de Jaime Avilés– como a Carlitos Vela tampoco agrada el futbol (como él mismo ha mencionado en múltiples ocasiones), aunque ambos, por separado, consideran se trata de un oficio para el que poseen aptitudes y les sirve además de modus vivendi a un muy buen nivel.
En el pasado reciente, cuando ha viajado a Coahuila en tres ocasiones para encomiendas del partido que regentea desde septiembre de 2024, no recibe a nadie ni da trato preferencial a ninguno de los militantes locales convocados a recibirle. Más bien a todos aplica el mismo rasero, pero hacia abajo. Ni les voltea a ver.
Ordena acciones con dinámica empresarial, despersonalizada. Donde otros ven personas, él ve números y cifras a cumplir como meta. Nada pasó antes, durante o después de sus visitas. Una con público presente y dos a puerta cerrada.
Cortita y al pie
Si la política es el arte de negociar y lograr acuerdos, en Morena Coahuila se practica su ausencia total. En el partido cuyo eslogan es “primero los pobres” prevalece, irónicamente, la práctica de imponerse por la fuerza del dinero.
Lo anterior no significa imponer una visión del mundo, por errada o cuestionable que sea, sino sólo una jerarquía carente de ideas y por consecuencia de proyecto. Quítate tú para ponerme yo, básicamente.
Desde sus orígenes, no han tenido objeción de conciencia en aceptar financiamiento externo ni en vender la franquicia (sin fiscalización ni transparencia, faltaba más).
Se trata de que otros, con sus propios recursos, resuelvan (si acaso pueden) y repartan (o acaparen, más bien).
Morena es, en todo caso, un emblema que articula intereses y polariza. La idea de algo en el imaginario colectivo. Aceptar errores no es una dinámica que les caracterice. No hay mecanismos de control interno pese a la existencia de una Comisión Nacional de Honestidad y Justicia, en apariencia encargada de controversias entre militantes.
El conflicto es su leitmotiv. En 2024, montados en la ola de la elección federal, se unieron en torno a la candidatura presidencial como Resistol y no hubo motín en la repartición del botín. No obstante todos los años previos, cuando aún no gobernaban, el pleito se focalizó en la dirigencia estatal (administrador de lo importante: las prerrogativas). Lo mismo con Claudia Garza de Toro (2012-2015) que con Miroslava Sánchez (2015-2018), José Guadalupe Céspedes (2019-2021) o Diego del Bosque (2021-¿?).
La última y nos vamos
Luego de la derrota en Durango y los malos resultados en Veracruz, en 2026 sólo hay una “batalla” (por llamarle de alguna manera) electoral: Coahuila.
El júnior que heredó las llaves, con sus acciones, ya marcó la ruta: no le interesa.