
En la Casa del Anciano Samuel Silva en Torreón, la cifra es contundente: de los 100 adultos mayores que actualmente viven en el asilo, entre un 60 y 70 por ciento se encuentran en condición de abandono.
La mayoría fueron dejados a su suerte por familiares que prometieron visitarlos, llevarles ropa, medicinas o simplemente acompañarlos, pero que nunca más regresaron.
El fenómeno se repite con dolorosa frecuencia.
Muchos llegan sin documentos, sin pertenencias personales y en condiciones físicas y emocionales frágiles.
La institución, administrada por un patronato en coordinación con el DIF, debe encargarse de regularizar su situación legal para que puedan acceder a pensiones o apoyos sociales.
En algunos casos, los adultos mayores ni siquiera recuerdan su nombre o lugar de origen, lo que hace aún más complicada la tarea de reintegrarlos administrativamente.
El abandono no siempre es repentino; a veces responde a un desgaste familiar.
Existen casos en los que los adultos mayores son “rotados” entre hijos y parientes, hasta que alguno decide llevarlos al asilo con el argumento de que allí estarán mejor. Sin embargo, lo que predomina es la falta de visitas y la ausencia definitiva de quienes un día se comprometieron a no dejarlos solos.
El ingreso a la Casa del Anciano está reservado principalmente a personas en estado de desamparo total.
Antes de admitirlos, se realiza una investigación con el apoyo del DIF para comprobar si realmente carecen de familiares que puedan hacerse cargo de ellos.
La edad mínima para entrar es de 65 años y deben valerse por sí mismos, ya que el cuidado de quienes requieren atención especializada representa un reto enorme por los recursos y personal que se necesitan.
La vida al interior del asilo es una mezcla de esfuerzo, disciplina y pequeños momentos de alegría.
Los residentes participan en actividades como juegos de lotería, bailes, concursos de talentos y hasta “olimpiadas” que buscan mantenerlos activos y motivados.
Para muchos, una visita, un abrazo o incluso una simple botella de refresco se convierten en un regalo invaluable. Sin embargo, el peso del abandono sigue presente y se refleja en la nostalgia que acompaña a cada historia.
Las religiosas y voluntarias que atienden la institución enfrentan una tarea titánica: bañar, vestir, alimentar y dar atención médica a decenas de personas todos los días.
A pesar de los esfuerzos, siempre hay lista de espera, lo que habla de la creciente necesidad de espacios y apoyos para los adultos mayores en la región.
El llamado de la Casa del Anciano es claro: la sociedad debe voltear la mirada hacia sus mayores, no solo en fechas conmemorativas, sino de manera constante y con compromiso.
El abandono, señalan, no es únicamente físico, también es emocional, y la única forma de combatirlo es con presencia, cariño y respeto.
En palabras de quienes llevan años trabajando en el lugar, la Casa del Anciano es “una ciudad pequeña dentro de Torreón”.
Se trata de una comunidad donde se lucha cada día por dar calidad de vida a quienes, después de toda una vida de trabajo y sacrificio, merecen mucho más que el olvido.