
Pese a su ADN ultramontano y vocación de claustro, 448 años después, cuando abandona momentáneamente su ermita de block en obra negra con varillas ahogadas, el saltillense sale a ver y a que lo vean. Ese acto de reconocerse y validarse con los demás que definió el filósofo austriaco Husserl como alteridad: la experiencia del otro en relación con “el yo”.
En Saltillo se practica desde tiempos inmemoriales en la calle Victoria, y hasta se acuñó un verbo en su honor: “Victorear”. O sea, otear en la “de” Victoria. Posteriormente, al irrumpir la “rebelde” Generación X en el espacio público local, esta quiso imponer una expresión alternativa propia cuya finalidad, irónicamente, era idéntica: la observación de los demás en una zona común, y migró el escenario a la perpendicular calle Hidalgo; entonces el vocablo usado fue “Hidalguear”.
En las desvencijadas casas que todavía quedan en pie dentro de su Centro Histórico, intercaladas entre zapaterías de escaso valor arquitectónico y comercial, solitarios ancianos abren sus zaguanes y se apostan en la puerta, atados al adobe, durante largas jornadas con un objetivo que también es modus vivendi: ver, y que les vean.
Aquello es un pase de lista diario. Que sus vecinos -quienes hacen lo mismo- sepan permanecen vivos, y seguir el desarrollo de las actividades en su calle, como quien scrollea el TikTok o hace zapping en Netflix durante horas.
Luego el desarrollo urbano se expandió de forma antinatural hacia el norte de la ciudad y, con él, ese fenómeno de observar con fines de escrutinio, imitación y solazarse.
Si en otras latitudes las terrazas (ya sean a pie de calle, en una banqueta, o en altitud, como un ático) se orientan hacia lontananza para contemplar un atardecer, unas montañas o el mar, dependiendo de la situación geográfica privilegiada, con un afán de esparcimiento, en Saltillo las vistas panorámicas apuntan hacia los bulevares más transitados de la ciudad (en coche, naturalmente, pues no existe otra forma de movilidad urbana).
El enfoque siempre se dirige hacia el centro del Valle, nunca hacia las Montañas Azules de su perímetro, con una intención subrepticia: desde ahí, seguir viendo a los demás cómo circulan, y que los demás les sigan viendo a ellos al circular por ahí. Más que sitios lounge, representan observatorios del otro en la era de la postmodernidad.
Tampoco es casualidad que el primer edificio de vivienda vertical que se construye a gran escala en Saltillo, en el cruce de las calles Abasolo y el bulevar Nazario Ortiz Garza, se haya ubicado justo en un punto que funge como un gran panóptico desde donde es posible verlo todo, pero también ser visto desde cualquier orientación cardinal.
Más que un lugar común espetado para no ser perseguido ni cuestionado por algún vendedor de piso, “nada más ando viendo” es la frase que define la relación del saltillense con su entorno.
Aunque se debe tomar en cuenta, como factor sine qua non, la idoneidad del sitio donde ver y dejarse ver. Su conveniencia individual. Y esto es, básicamente, donde sea bien visto caminar o aposentarse, pues no es lo mismo ser sorprendido en lugares desfavorecidos o socialmente apestados.
En Saltillo no se valora igual que te vean salir de Merco, a que te vean entrar a Costco Wholesale, ese templo moderno de la civilización actual.
No se trata de adquirir en esas grandes superficies víveres exclusivos a un precio que asegure una mejoría en las condiciones de vida, o iguale oportunidades entre estratos; por el contrario, es la experiencia de comprar mediante decisiones irracionales, condicionadas por la distribución de los espacios, colores y acomodo estratégico de los artículos, más cercanas a la programación neurolingüística que a la lógica de mercado.
Un concepto de mercadotecnia que da trato de socios a sus clientes por el simple hecho de portar una tarjeta de plástico con validez anual, llamada membresía, la cual permite acceder a sus instalaciones y pagar en sus cajas. Ilusión de empoderamiento y status social.
Para el saltillense, sin embargo, es la participación en un ritual para diferenciarse del resto que no puede, o no quiere pertenecer. Hasta ahí se ha trasladado el espectáculo colectivo de antaño.
Cortita y al pie
Si magnificar y contrapuntear es nuestro deporte regional, el vicepresidente del corporativo agregó elementos a las diferencias idiosincráticas: en la víspera de inaugurar su tienda en Torreón, en 2023, manifestó nunca haber visto tanta emoción por la instalación de una sucursal de Costco. En cuanto a los hábitos que prevalecen en la franquicia de Saltillo, en 2025, fue igual de claridoso: “vienen hasta siete de una familia y únicamente se llevan un pastel”.
La última y nos vamos
El saltillense se nutre de pavonearse, consumir ya es opcional. Y cómo podría ser distinto, si salir a ver y que les vean sigue siendo la razón de existir en el Municipio 448 años después.