Saltillo, Coah.- Del 21 al 23 de septiembre llega el equinoccio de otoño, un fenómeno astronómico en el que el día y la noche duran prácticamente lo mismo, marcando el final de la primavera y la llegada del otoño en el hemisferio norte.
Hay muchas creencias alrededor de este acontecimiento, tanto espirituales y místicas como naturales. Para la ciencia, representa el momento exacto en que el Sol cruza el ecuador celeste y se coloca en línea con la Tierra, equilibrando la luz y la oscuridad. Desde lo simbólico, se entiende como un punto de balance, transición y cierre de ciclos, una invitación a reflexionar sobre lo que se deja atrás y a prepararse para lo nuevo.
En distintas culturas del mundo, el equinoccio es motivo de rituales y celebraciones.
En la tradición celta, se festeja Mabon, una celebración de la cosecha donde se agradecen los frutos recibidos durante el año, se honra a la naturaleza y se comparte comida en comunidad.
Mientras que en México, cientos de personas se congregan en sitios arqueológicos como Chichén Itzá, donde la luz del sol proyecta la imagen de la serpiente emplumada descendiendo por la pirámide de Kukulkán. Este espectáculo, cargado de simbolismo, es visto como un momento para recargarse de energía y pedir claridad espiritual.
El equinoccio no solo marca un cambio en el calendario, sino también un recordatorio de que la vida se mueve en ciclos de transformación.
Quizá por eso cada septiembre miramos al cielo y a la Tierra con la misma pregunta ancestral: ¿cómo un instante tan breve puede encerrar tanto significado? El equinoccio nos enseña que la naturaleza escribe poesía con sombras y que basta mirar con atención para leerla.
Y así, mientras los días se acortan y las noches crecen, comprendemos que no es un simple cambio de estación, sino un recordatorio de que también nosotros somos parte de este eterno ciclo de luz y oscuridad.







