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Saltillo 448: la gratuidad; su lubricante social

¿Dónde puede ser apreciada en su máximo esplendor hoy, en el 448 aniversario de su fundación, la expresión más genuina del ser saltillense?

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Sin el ánimo de comparar entre regiones geográficas, aunque sí establecer una relación para dimensionar, si el alma de los torreonenses al unísono resuena en La Casa del Dolor Ajeno cuando juega el Santos Laguna, ¿dónde puede ser apreciada en su máximo esplendor hoy, en el 448 aniversario de su fundación, la expresión más genuina del ser saltillense?

No es en las paupérrimas entradas al estadio Francisco I. Madero donde todavía juegan los alicaídos Saraperos, el equipo local desde hace 50 años, ni en las gradas del desvencijado estadio Olímpico, sede de cuanto conjunto de fútbol pasa por ahí cíclicamente con distintos nombres, emblemas, categorías y directivos o dueños, que ya es difícil seguirles la pista y saber qué representan exactamente y a quién en ese momento determinado.

Tampoco en la Plaza de Armas, corazón del municipio que se ha vuelto un santuario para “nenis” vendiendo mercaderías, ni en las “colonias populares” (¿qué representa, filosóficamente, una “colonia popular”?) que circundan la ciudad por todos los puntos cardinales, amenizadas por el barullo constante de perifoneos que peinan sus calles en busca de potenciales clientes.

La cultura del mercadito sobre ruedas, concebido este como un lugar de trueque cercano, sin protocolos encorsetados propios de la modernidad, estruendoso y aparentemente más económico debido a la ausencia de filtros e intermediarios que contribuyen con su participación a encarecer los productos, si bien se aproxima como elemento de unión en la comunidad, no es la respuesta definitiva.

¿Cuáles son entonces los resortes internos que mueven al saltillense para abandonar sus actividades cotidianas -las que sean- y participar en algo relacionado con la colectividad?

A involucrarse, básicamente. Sencillo: las cosas gratis. La gratuidad es el lubricante social en la capital de Coahuila, a 448 años de su fundación.

Ahí es cuando Saltillo se vuelca. Pierde el pudor. Abandona el desinterés, la apatía y la desidia, tan naturales desde los descendientes tlaxcaltecas hasta nuestros días.

No se trata de un tema de carencias o mendicidad. Tampoco de escasez, profundizando más en los motivos socioeconómicos. No es la pobreza ni la marginación el hilo conductor ni trasfondo del fenómeno.

Es distinto. Es una emoción violenta que coexiste con la pulsión de ganar a los demás competidores y obtener un beneficio individual por encima de los otros.

Enterarse de la vigencia de algo gratis, produce al saltillense “visión de túnel” (el mecanismo de concentrarse únicamente en eso). Se ciega ante todo lo periférico para enfocarse con mayor claridad. Cambia sus hábitos y la forma de elegir. Los sicólogos llaman a esto “inhibición de metas”: dejar de hacer, y de atender otros asuntos, por concentrarse en esa -para él- necesidad apremiante, como menciona el libro Escasez: ¿por qué tener poco significa tanto?, de Mullainathan y Shafir (FCE, 2013).







Cortita y al pie

En Saltillo, por lo demás, ningún líder exalta pasiones. En estricto sentido, los últimos resabios de grandeza (en las ciencias, las artes o los deportes, es decir, lo que nos humaniza) datan de un siglo atrás. Luego todo es inactividad, resistencia y desgano.

La historia oficial se compone de saltos cuánticos. Puntos negros en la línea temporal que abarcan centenarios, sin que se sepa qué de relevante pasó en ese tiempo. El esplendor -se piensa- debería estar en alguna parte. Debajo de varias capas de polvo como alegoría de que, en algún momento, torcimos el camino pero es cuestión de desempolvarlo para sacar el brillo nuevamente. Sin embargo nunca sucede.

Por el contrario, en la sociedad saltillense permea más el recelo que la generosidad o solidaridad. Perduran atavismos y se rechaza la progresía en cualquiera de sus manifestaciones. Algunos viven para añorar lo que un día fuimos (¿fuimos, en verdad?) y –como canta Nodal- ya no somos ni seremos. Otros evocan falsos triunfalismos y una idea de sí mismos que no corresponde con la realidad.







La última y nos vamos

Nadie tiene un poder de convocatoria propio. Ni organizaciones, ni instituciones, ni en lo público ni en lo privado. Ninguno reúne las almas en torno a una causa común, como sí lo hacen las filas interminables a fin de aprovechar alguna promoción, conseguir boletos, participar en un sorteo, por citar algunos ejemplos. En el plano virtual y analógico.

Eso es Saltillo 448.

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